domingo, 15 de marzo de 2009

La mano invisible

Frei Betto

ALAI AMLATINA, 10/03/2009, Sao Paulo.-
Desde niño tengo mis miedos, como todo el mundo.
Primero era el miedo de ver a mi padre bravo, de verme
obligado a comer rábano, de sacar cero en el examen de matemáticas.
Miedo, bajo la dictadura, a verme arrollado por un auto policial.
Miedo, bajo la lluvia pertinaz, de que mi chabola en la favela, situada al
borde de un precipicio, fuese llevada por el agua.

Hoy colecciono otros miedos. Uno de ellos es el miedo a la mano
invisible del Mercado. De lo invisible sólo no temo a Dios. Temo a las
bacterias y a los extraterrestres. A las primeras las combato con
antibióticos –término inapropiado, pues significa “contra la vida”,
siendo que las inoculamos para favorecerla.

En cuanto a los extraterrestres, quedé más tranquilo al saber que la
distancia más grande conseguida en el espacio por nuestra tecnología es
alcanzada por las emisiones televisivas.. Seguro que, al captarlas, los
exploradores interplanetarios llegaron a la conclusión de que en la
Tierra no hay vida inteligente…

Vuelvo a la mano invisible del Mercado. ¿Dónde la mete? Preferentemente
en nuestro bolsillo. En especial el de los más pobres. Y es invisible
porque es cínica, como todo delito practicado a escondidas. Por ejemplo
el Mercado practica la extorsión al bolsillo de los más pobres a través
de impuestos cargados a los productos y servicios. Todo podría ser más
barato si no fuera por esa mano boba que se inmiscuye en lo que
consumimos.

Ahora que el Mercado entró en crisis -pues el globo que infló estalló en
su misma cara-, ¿dónde anda metiendo su mano invisible? La respuesta sí
es visible: en el bolsillo del gobierno. En los EE.UU el Mercado, en los
estertores de la administración Bush (de infausta memoria) metió mano a
US$ 830 mil millones y ahora logró otros US$ 900 mil millones de la
recién estrenada administración Obama. Todo para guardar esa fortuna en
el bolsillo agujereado del sistema financiero.

Además, la mano invisible del Mercado desconoce los bolsillos de los
ciudadanos. Viciada como está, siempre beneficia el bolsillo de los
ricos. Es el caso del Brasil. Ante la crisis (y las próximas elecciones)
el gobierno trata de anabolizar el PAC, de modo que la mano del Mercado
pueda abastecer, y cuanto antes, el bolsillo de las constructoras de
obras públicas y de las empresas privadas encargadas de dichas obras.

Ya lo advertía mi abuela: “¡Mire bien, niño, dónde pone esa mano!” Y me
obligaba a lavármela antes de sentarme a la mesa. Pues bien, creo que la
mano del Mercado es invisible porque nunca se lava. Al contrario, lava
dinero sin lavarse de la suciedad que lo impregna. Es lo que deduzco al
leer las noticias de que, en los paraísos fiscales, la liquidez de los
grandes bancos fue asegurada, en los últimos años, gracias a los
depósitos del narcotráfico.

La mano puede ser invisible pero sus huellas digitales no. Allí donde el
Mercado pone su mano queda la marca. Sobre todo cuando retira la mano,
dejando en el desamparo a millares de desempleados, tirados en la calle
de la insolvencia, ahorcados en deudas astronómicas.

El Mercado es como un dios. Usted cree en él, pone su fe en él, lo
venera, hace sacrificios para agradarlo, se siente culpable cuando da un
paso en falso con relación a él -aunque sea de él la culpa, como en el
caso de la compra de acciones que él vendió prometiendo fortunas y ahora
esas acciones valen una nada.

Como un dios, sólo se le puede conocer por sus efectos: la Bolsa, el
salario, la hipoteca, el interés, la deuda, etc. Se manifiesta por medio
de su creación, pero sin dejarse ver ni localizar. Nadie sabe
exactamente qué cara tiene o en qué lugar se esconde, aunque sea omnipresente. Hasta en la candela vendida a la puerta de la iglesia se
hace presente. Y mete la mano, la famosa mano invisible, la temida mano
invisible, esa mano más abominable que la de los tarados que se atreven
a meterla debajo del vestido de la mujer de pie en el autobús.

Y de nada vale gritar: “¡Quite esa mano de ahí!” A pesar de que la mano
invisible manipula descaradamente nuestra calidad de vida, privilegiando
a unos pocos y asfixiando a la mayoría, nadie se libra de ella. Como es
invisible, no se la puede cortar. Sólo queda una salida: cortarle la
cabeza al Mercado. Pero ésa es otra historia. Hoy hablé de la mano. La
cabeza queda para otro día. (Traducción de J.L.Burguet)

- Frei Betto es escritor, autor de “El arte de sembrar estrellas”, entre
otros libros.

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